viernes, 21 de agosto de 2009

Una visión humanista del envejecimiento

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He decidido cumplir, por fin, con el propósito que me animó inicialmente a crear el blog: colgar mis artículos publicados en prensa. Hoy presento aquí el primero de todos, Una visión humanista del envejecimiento publicado en la revista de humanidades médicas SEMERGEN (Año III, nº 5 Mayo 2002). Se trata de una publicación que se obtiene por suscripción y, por tanto, de muy difícil acceso, de ahí que la facilite.

No quisiera extenderme en comentarios sobre mi propio trabajo, aunque sí añadiré una pequeña nota de orgullo, si se me permite. Tuve la suerte, tanto con el presente artículo como con el tercero, de que apareciese anunciado en portada y de que ocupase las páginas centrales del número. Espero que la resolución del escáner permita su adecuada lectura.

 

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sábado, 23 de mayo de 2009

Consideraciones sobre la fotografía

     Mientras redactaba la entrada anterior se me planteó una inquietud que también me apetecía trasladar a mi amado público. Originalmente la escribí justo a continuación de las Confesiones de un diletante, como un apéndice que se desarrollaba a partir de unas reflexiones de índole personal, al estilo de Montaigne. Sin embargo su extensión acabó siendo mucho mayor que la disertación ocasional y, en realidad, su propósito era demasiado distinto como para que fuesen juntas. De hecho es probable que, si las hubiera ofrecido unidas, el tono de estas Consideraciones sobre la fotografía se habría visto considerablemente mermado. Así que, en definitiva, le concedí la necesaria independencia para que esta entrada tuviese personalidad propia, aunque siga teniendo un punto de apoyo en la anterior.

     Por tanto, el espíritu que anima estas líneas es el del ensayo, pues no es otra cosa que un intento por elucidar una cuestión. Sólo deseo reflexionar sobre una sospecha o intuición con respecto a un determinado estado de cosas vinculado al mundo de la fotografía. Por otra parte, como es bien conocida mi legendaria incapacidad para otorgar título a un escrito, no resultará extraño que deba empezar por hacer mis consabidas -y pesadas- precisiones sobre el paratexto precedente. En esta ocasión he decidido llevar a cabo la parafernalia preliminar de la forma más liviana posible y, con ese propósito, elegí empezar por un asunto anecdótico.

     Puesto que las Confesiones de un diletante estaban concebidas originalmente para conducir a esta reflexión, es inevitable que ahora me refiera a los detalles que subrepticiamente la introducían. Me refiero, ya sin más rodeos, al relato de cómo evolucionó mi relación personal con la fotografía. Un somero examen de esa historia pone inmediatamente de manifiesto una evolución técnica y un cambio en mi relación con la fotografía vinculado a ella: de las viejas cámaras réflex a las increíbles réflex digitales de hoy en día, de la dedicación a la desidia. Lo personal siempre es incidental y las anécdotas son ejemplares cuando son representativas o modélicas. En otras palabras, a nadie le importa que ahora sólo sea un triste fotógrafo aficionado, pero importa subrayar que el desarrollo tecnológico de las cámaras ha modificado profundamente nuestra relación con la fotografía. No estoy descubriendo América, desde luego, pero ese hecho constituye el punto de partida a partir del cual iniciaremos nuestra reflexión.

      La idea que pretendo perseguir en este ensayo -y, a ser posible, darle caza- es la de que hay un sector que se ha visto particularmente afectado por esa transformación técnica, a saber, una clase subespecial de fotógrafo artesano: el reportero gráfico de eventos. Así pues, comenzaré por perfilar la figura que protagoniza esta reflexión, para después analizar cómo y por qué está  en peligro de extinción dicha variedad específica de fotógrafos.

    A riesgo de abusar de su paciencia, me referiré por última vez (se lo prometo) a las Confesiones de un diletante. Basta un rápido vistazo a sus líneas para evidenciar que en ellas contemplé casi toda la gama de fotógrafos: desde el profesional hasta el turista impertinente. Pero me dejé una categoría en el tintero, mas no por descuido, sino porque merece considerarse aparte: la del fotógrafo artesano. A este grupo pertenecen, desde el fotógrafo periodístico que acompaña con sus instantáneas artículos, columnas y noticias; también el que trabaja con modelos; pasando por el freelance que ocasionalmente puede ubicarse en cualquiera de estas subespecies; hasta, para finalizar, el obrero de la cámara que tradicionalmente se ha ganado la vida en las BBC’s (bodas, bautizos, comuniones) y retratando grupos en convenciones, para orlas, etc… Este es nuestro protagonista, el que antes denominé reportero gráfico de eventos.

    Las causas de su paulatina desaparición no son coyunturales ni mucho menos, aunque sí es probable que la actual situación económica haya precipitado la ruina de muchos de ellos y, por tanto, el abandono de su profesión. De hecho las causas son estructurales en la medida que están vinculadas al desarrollo tecnológico. Las máquinas se han ido haciendo cada vez más compactas y su manejo cada vez más simple e intuitivo; su producción se ha abaratado haciéndolas, por tanto, accesibles a un amplísimo espectro de consumidores o usuarios. El revelado era un proceso que estaba al alcance sólo de profesionales y artesanos, pero el auge de comercios que disponen de centros de revelado automático ha acompañado de la mano al creciente volumen de cámaras existentes en el mercado, posibilitando así la inserción de estos instrumentos como un elemento más de nuestra vida cotidiana. Incluso han proliferado en la red los últimos años numerosas páginas con software que permite el diseño on line de álbumes fotográficos; y para colmo de comodidades luego, impresos con calidad digital, te los envían a tu domicilio.

     En definitiva, se han puesto a disposición de la población una serie de recursos que, en principio, permitirían al usuario prescindir de los servicios de los obreros especializados que son los reporteros gráficos de eventos. Pero este proceso de democratización o universalización conduce a una falacia con respecto al uso de todos estos medios: su versatilidad no constituye garantía alguna sobre el resultado, obviamente. El común de los mortales e incluso muchos aficionados carecen de una habilidad que caracteriza a estos profesionales como gremio. Dejando de lado la formación teórica que puedan tener, específica en cada caso, los fotógrafos artesanos tienen en común la habilidad de encontrar la imagen adecuada para el texto o que suele agradar a los clientes. Digamos pues que su mirada ha adquirido una cierta destreza por la práctica y ésta, convertida en costumbre, constituye una segunda naturaleza para ellos. Acumulan con el tiempo un acerbo de trucos que les garantizan toques de calidad, es decir, matices que aproximan su trabajo al del artista por la técnica empleada e incluso por el resultado en gran medida. Sin embargo, sus fotografías repiten los mismos recursos como el obrero realiza las mismas maniobras para realizar una pieza en una cadena de montaje. Puede que haya una intención estética, pero no más allá de lo exigido por el encargo. Además, junto a su hábil mirada, desarrollan un pulso firme y unos dedos ágiles que les permiten acometer su tarea sin vacilar.

     Estoy convencido de cuál es la impresión que dan las líneas precedentes. Parecerá que estoy menospreciando su labor con objeto de elogiar la grandeza del genio artístico o cualesquiera otros trasnochados argumentos románticos similares. También puede parecer que voy a emprender una interpretación marxista del asunto, dada la jerga que he escogido para mi análisis. Para colmo de despiste, puede leerse entre líneas un medio velado aristotelismo en cierto momento de la argumentación. En definitiva, para cualquier pretensión sistemática, un galimatías de perspectivas o maraña de contradicciones. Yo prefiero llamarlo eclecticismo, como corresponde a quien ensaya sus respuestas en vez de tratar de pontificar con sus opiniones. Pero, volviendo sobre el asunto, adonde quiero llegar es justo al lado opuesto, esto es, al reconocimiento del trabajo realizado por estos profesionales. Se ignora a los reporteros gráficos de eventos porque los artistas acaparan para sí todos los elogios a causa del culto al genio artístico heredado del romanticismo. Si el gremio de los fotógrafos artesanos tiene algo que denunciar, son los reporteros periodísticos o los de agencias de modelos quienes disponen de los mass media para reivindicarse, no el humilde fotógrafo de estudio que desaparece lentamente y en silencio sin que apenas nadie repare en él –aunque pueda tener las mismas habilidades. Por último, de todos estos artesanos sólo los de las BBC’s padecen el intrusismo profesional que se deriva de la creciente disponibilidad de recursos fotográficos por parte de la población.

     La facilidad con la que se manejan las modernas cámaras ha animado a mucha gente (junto con otros condicionantes económicos que después analizaremos) a prescindir de los servicios de estos profesionales. Algunos incluso se han puesto a trabajar como reporteros gráficos de eventos aun desconociendo todos los rudimentos básicos del oficio.  Pero es necesario insistir en la falacia anteriormente indicada: la versatilidad de estos instrumentos no constituye garantía alguna sobre el resultado. Por muy bienintencionada o amorosa que sea la labor que un cuñado, primo o hermano, su buena voluntad no asegura que las fotografías de la boda, el bautizo o la comunión vayan a tener ese estándar de calidad mínimo que un trabajador de la cámara les procura. Es ilusorio suponer que el sencillo manejo de las cámaras digitales ha simplificado las cosas hasta el punto de bastar con hacer click, ilusión se hace patente con mucha mayor claridad si trazamos un sencillo paralelismo: por muy baratas que sean las llaves inglesas y los aperos de fontanería, la mayor parte de la gente no se atreve a hacer ni las más elementales reparaciones en casa. Bueno, nuestro país constituye una notable salvedad a esta regla, porque todo el mundo sabe de todo. En otras palabras, no es un problema específico de este gremio sino que también lo padecen otros profesionales, como los novelistas. Por el mero hecho de ser un hablante competente del propio idioma, saber escribir (me refiero al conocimiento de las normas elementales de ortografía y gramática, no al talento literario) y haber contado alguna vez una historia, con eso no basta para escribir una novela; ni siquiera si te ganas la vida escribiendo, es decir, como periodista o algo similar. Sobre esta misma idea encontré el otro día un interesante texto en El mal de Montano de Enrique Vila-Matas [Ed. Anagrama (Barcelona)2002]:

“La literatura, me dije, está siendo acosada, como nunca lo había sido hasta ahora, por el mal de Montano, que es una peligrosa enfermedad de mapa geográfico bastante complejo, pues está compuesto de las más diversas y variadas provincias o zonas maléficas; una de ellas, la más visible y tal vez la más poblada y, en cualquier caso, la más mundana y necia, acosa a la literatura desde los días en que escribir novelas se convirtió en el deporte favorito de un número casi infinito de personas; difícilmente un diletante se pone a construir edificios o, de buenas a primeras, fabrica bicicletas sin haber adquirido una competencia específica; sucede, por el contrario, que todo el mundo, exactamente todo el mundo, se siente capaz de escribir una novela sin haber aprendido nunca ni siquiera los instrumentos más rudimentarios del oficio, y sucede también que el vertiginoso aumento de estos escribientes ha terminado por perjudicar gravemente a los lectores, sumidos hoy en día en una notable confusión”. [pp. 64-65]

     Bien es cierto que la analogía no es completa, pues el orden de las consecuencias derivadas de una mala praxis u otra es totalmente distinto, claro está. Los perjuicios o incomodidades que se siguen de la cañería rota nada tienen que ver con una fotografía borrosa o el inefable malestar que producen algunos best sellers. Algún defensor entusiasta de las nuevas tecnologías podría argüir que también hay sofware que permite retocar las fotos. Pero nos veríamos obligados a recordarle que, como en el caso anterior, tales menesteres también son cosa de  profesionales. Puesto que el mundo está tan saturado por la estupidez humana, no está de más añadir que el photosop no puede hacer que una fotografía borrosa se vuelva nítida o eliminar un elemento para que se vea lo que hay detrás. Sea como fuere, el hecho es que sólo un profesional puede realizar el trabajo de un profesional.

     El condicionante económico al que antes me refería lo constituyen las elevadas tasas que es preciso pagarles en caso de que uno mismo quisiera hacer el reportaje. A menudo resulta más costoso hacerlo uno mismo que encargárselo al fotógrafo de la parroquia o del salón de bodas. Con esta estrategia comercial tan sencilla como ruin, uno está casi obligado a contratar sus servicios si tiene intención de ahorrar algún dinero en la organización de estos eventos, ya de por sí muy caros. Hay además otro procedimiento no menos censurable, al parecer bastante extendido el sector. No es necesario ser Proust para saber que confinamos simbólicamente nuestros recuerdos en determinados objetos a través de los cuales luego desplegamos las alas de la memoria. En gran medida las fotografías son sólo un caso particular de esta regla, con el aliciente de que son imágenes y, por tanto, facilitan el trabajo de nuestra frágil capacidad para recordar. Pues bien, según parece  algunos de estos fotógrafos efectúan la entrega del reportaje en tu casa el día después de la boda, cuando uno está aún completamente fuera de juego como para tomar cualquier decisión de forma racional: para hacer un cierto chantaje emocional que les garantiza la compra. Pero la trampa no se entiende si describir ciertos detalles del asunto.

     Antes de la boda se pacta en el estudio una cantidad de fotos y cuando a uno le hablan de doscientas le parece una barbaridad, claro está. Cincuenta, que es el mínimo, siempre parecen pocas. Cien parece un número adecuado, hasta quizá un poco excesivo y por eso suele ser el elegido. Se paga un potosí por cada fotografía extra, pero en el momento de firmar jamás se piensa que se llegará a ese extremo. ¿Por qué? Plantean el asunto de una forma falaz: el cliente cree estar contratando la cantidad de fotos de su álbum pero, en realidad, está pagando por un determinado número de fotos o carretes que el profesional realiza con la cámara. Ellos cuentan con que siempre se cogen fotografías de más precisamente porque la gran mayoría de las fotografías son de buena calidad: unas se añaden por el ángulo, otras por las personas que aparecen en ellas, etc... El precio final suele ser infinitamente mayor que si uno hubiera contratado doscientas desde el principio y entonces, solo entonces, comprendes que te están atracando descaradamente en tu propia casa. Al haber un contrato de por medio, no hay alternativa: si quieres las fotos, debes pagar por ellas una cantidad abusiva o pedirles que se marchen por donde han venido. Digámoslo de una vez por todas, secuestran los recuerdos de tu evento y te obligan a pagar el rescate en ese momento porque saben que accederás a pagar si deseas tener fotografías que testimonien el acontecimiento, muletas para tu débil memoria.

     Permítaseme una breve digresión en este punto, puesto que es necesario aportar una perspectiva de género para terminar de arrojar luz sobre este aspecto de la cuestión en particular. El hecho es que, estadísticamente, la mayor parte de las mujeres son muy susceptibles a acceder a esta clase de chantaje en un momento como ese. Por muy tópico que sea, lo cierto es que casi todas quieren verse vestidas de blanco y el día de la boda estaban demasiados ocupadas con su protagonismo como para verse. Eso es algo que hacen después, mediante las fotografías, el vídeo, etc… De tal manera que, en un plano simbólico, se les está dando a elegir entre ver realizada su ilusión o frustrada cuando aún están paladeando el banquete del día anterior. Los varones, por lo común menos atraídos por esa clase de cosas, observan impertérritos el atraco y desean expulsar a patadas de su nueva casa a esos fenicios de la cámara, corriendo el subsiguiente riesgo de darle un disgusto monumental a su mujer. Así pues, ellos se enfrentan a una cuestión muy diferente: ¿qué marido en su sano juicio quiere comenzar su vida marital dándole un disgusto de esa envergadura a su mujer?

     Situaciones como esta hacen que el resentimiento presupuestado se convierta en hostilidad total (IVA incluido) hacia este gremio profesional. De hecho, para comprender plenamente este factor odio debemos añadir una última perspectiva a este análisis. Uno de los principales enemigos de los reporteros gráficos de eventos, sino el peor, ha sido el intrusismo profesional. Alentados por los beneficios derivados de las nuevas tecnologías, muchos aficionados –los más aventajados, digamos- se introdujeron en el mercado, copándolo y dando mal nombre a los que llevaban trabajando ya muchos años en el negocio a causa de sus trabajos mediocres. Así sucede que, con mayor frecuencia de la deseable, uno paga grandes sumas de dinero por reportajes que ni mucho menos lo valen. De modo que, si a los recelos que gran parte de la sociedad tiene frente a este gremio, le sumamos la mala fama, obtenemos lo que se está convirtiendo en la situación predominante: cuando los usuarios se han encontrado a su disposición con los medios que les han posibilitado prescindir de sus servicios, lo han hecho. Tantos desencuentros entre profesionales y usuarios en fechas tan señaladas… solo podían terminar en divorcio.

     Estos son, en definitiva, los factores que a mí me ha parecido ver en la paulatina desaparición del gremio profesional de los reporteros gráficos de eventos. Con este breve ensayo no he pretendido agotar el análisis de las causas, ni mucho menos, pero sí esbozar estas líneas que me parece dibujan con claridad el  panorama general en que se encuentran esta particular clase de fotógrafos. Y como los filósofos tenemos tendencia a meternos en los asuntos, a veces mucho más allá de donde realmente comprendemos, no puedo evitar pensar hacia dónde debería orientarse una apología adecuada del valor que tiene su trabajo. Creo que deberían lavar la imagen de mercachifles de tres al cuarto con la que acarrean y defenderse del intrusismo con su mejor arma: la profesionalidad. Por último, todos sabemos que el trabajo bien hecho cuesta dinero, pero hoy en día a nadie se le escapa cuan baratos son los costes o lo relativamente manejables que son determinados programas y eso debería llevarles a replantearse si –como contrapartida- no estarán sobredimensionando el valor de su tarea.

martes, 5 de mayo de 2009

Confesiones de un diletante

     El éxito de las entradas anteriores es, sin lugar a dudas, indiscutible. La avalancha de comentarios y réplicas es abrumadora hasta tal punto que un lector "desconocido" se sintió obligado, quizá por la vergüenza ajena, a dejar uno en el más estricto anonimato para que no se sepa que estuvo en éste páramo solitario. Así pues, estas líneas se asemejan a esas aburridas y pedantes cartas que los directores de los periódicos le dedican al lector, mas con la agria diferencia de que ellos se refieren a uno genérico y yo a uno en particular:

Sepa, querido lector, que me conmueve su amable muestra de solidaridad. Se lo agradezco profundamente, pero mucho me temo que pronto el tedio y el árido viento que recorren estas líneas, como esos matorrales secos de los western, le invitarán a visitar otros foros o lugares más concurridos o paradisíacos en los que no se respira el aire rancio de las ratoneras. Nuestro encuentro ha sido intenso, como el “hello, stranger” con el que comienza Closer; mas pronto dejará de resonar The blower's daughter en nuestros oídos para ceder su lugar al Goodbye stranger de Supertramp, a título de despedida. Y tan seguro estoy de este adiós que yo, en realidad, creo estar escuchando ya ese clásico de los ochenta en la lejanía.

     Y claro, en estas circunstancias, no me queda otro remedio que volver a escribir. Es imposible ignorar tal aclamación por parte de mi público y, como todo el mundo sabe, yo me debo a él. Dios me libre de escribir porque sienta la necesidad compulsiva de expresar sin pudor pensamientos que a nadie le interesan. Así pues, mis queridos amigos, he vuelto simple y llanamente para que no echéis de menos el soporífero estilo que me caracteriza. Así pues, con este objeto, el pretexto elegido para la ocasión es comentar una de esas agradables sorpresas que a veces nos brinda la red, tal como anuncié en la entrada titulada Realidades y promesas.

     Como bien sabe mi abultado club de fans, que se sabe mi vida al pie de la letra, soy aficionado a la fotografía desde la adolescencia.flipaencolores Me apropié de la vieja Yashica de mi padre e hice mis pinitos junto a José Manuel en nuestra época de estudiantes de COU. Montamos juntos uescanear0001na exposición que, si no recuerdo mal, llamamos cielo e infierno. Las fotos de color eran el cielo y representaban todos los buenos momentos que habíamos vivido en el instituto. Con el blanco y negro tratábamos de reflejar, por el contrario, las ocasiones en que el centro se nos antojaba asfixiante o tedioso. La ocurrencia fue de Jose, yo apenas aporté poco más que mi perspectiva en unas pocas de aquellas cien instantáneas. Dicho lo cual puedo añadir, sin el más remoto asomo de presunción o vanagloria por mi parte, que entonces gané el tercer premio en el concurso de fotografía que se celebraba en el centro con motivo del día del libro. Vaya por delante que nunca me hice ilusiones, porque no tenía intención de ganarme el pan con ello. Para mí ha sido, más bien, algo así como un hobbie de segunda. Al principio porque prefería dibujar, luego porque prefería escribir y al final porque uno está siempre demasiado ocupado.  escanear0002

      La última vez que me propuse hacer fotografías con propósito estético fue durante la carrera, allá en 2001. Entre Ignacio, Miguel Ángel, Iván de la Casa y otros compañeros, fundamos una asociación cultural sin ánimo de lucro que pretendía aglutinar a estudiantes de filosofía cuyos intereses artísticos constituían su  denominador común. El colofón de aquello fue la organización de exposiciones de fotografía y pintura dos años seguidos. Yo participé en ambas, con algunos trabajos antiguos que me gustaban mucho y otros nuevos que fueron motivo de largos paseos en busca de instantáneas dignas. Yo en aquel entonces pensaba que la fotografía era una cuestión de oportunidad, de estar en el lugar y el momento apropiados pero, sobre todo, de reconocer una buena foto cuando la tienes delante. Por otra parte, impulsado por un cierto discurso contrario al blanco y negro (cuyo principio puede resumirse bajo la máxima "no se debe cometer el error de creer que por retratar algo o a alguien en b/n la fotografía ya es de por sí artística"), me obstiné en buscar la susodicha ocasión a todo color con mi nueva cámara réflex (una Canon EOS 300). La experiencia fue frustrante en grado sumo y, de hecho, no conservo ninguna de aquellas fotos. Supongo que de forma más o menos activa hice por perderlas todas. Es más, sólo recuerdo una un poco decente que le regalé a mi maestra y amiga Carmen Mataíx. Se trataba de una fotografía del cielo reflejado en un charco que contenía como referentes espaciales una rama seca y un poco de bordillo que escogí para la ocasión. A ella le entusiasmaba la ambigüedad del planteamiento, así que no tuve más remedio que conformarme con dársela en vez de destruirla.

     Ahora no soy más que uno de esos turistas pretenciosos que, con sus flamantes camaras digitales (en mi caso una Lumix), presumen cuando han tenido la suerte de acertar con el ángulo y el contraste en un par de fotos de un monumento o de los megapíxeles como si fuesen centímetros… Uno de esos que a rajatabla siguen la “Ley de Dowling sobre la fotografía”, que viene recogida en La ley de Murphy: “Una oportunidad fotográfica perdida crea el deseo de adquirir dos piezas adicionales de equipo”.

     En definitiva, la fotografía dejó de ser para mí una práctica y se convirtió en una actividad más bien contemplativa. Disfruto viendo el trabajo de profesionales de la talla de Sebastiao Salgado (que ha cambiado mi forma de entender la tarea del fotógrafo), Robert Capa, Anton Corbijn, Chema Madoz y, por qué no decirlo, también Alberto García Alíx. He pasado por FotoEspaña un par de veces, sigo el blog de mi amiga Lola Martínez y de cuando en cuando hago búsquedas más o menos aleatorias en la red con la esperanza de que el azar deje alguna cosa interesante en mi orilla. Y así fue como descubrí la página de presento hoy aquí.

     Cuando comencé a escribir sobre Paul Auster, adquirí el hábito de usar como fondos de escritorio para el ordenador fotografías de Nueva York. Me gustan sobre todo aquellas en las que aparece el puente de Brooklyn o la célebre skyline pero, si se trata de ésta última han de ser posteriores a los atentados del 11-S o muy anteriores a la construcción de las torres gemelas. Supongo que estremecerse cuando uno se reencuentra con ellas –por ejemplo, en las películas norteamericanas de los años ochenta- no es un derecho privativo de los estadounidenses. Pero el auténtico motivo por el cual prefiero abiertamente las antiguas es otro. Observe aquella sucinta lista demuestra y comprobará que no he renunciado al blanco y negro en modo alguno; pero ya no se trata de una cuestión de principios pues, si algo aprendí de mi experiencia como fotógrafo durante la universidad, fue que algunas cosas sí tienen que ser retratadas en blanco y negro.  De ahí eso que dice Woody Allen en Un final made in Hollywood: NY es una ciudad en b/n. Y fue buscando una fotografía nueva del puente de Brooklyn en gran formato F_Amy Godfrey_Brooklyn Bridgecomo encontré la página de Amy Godfrey.

      No diré que lo más genial de esta mujer aún está por descubrir, como lo demuestran las buenas maneras que apuntan las fotografías de su página. No voy a extenderme en elogios y comparaciones que alargarían innecesariamente esta introducción. En realidad no hay demasiado que comentar. Lo primero porque, excepto una dirección de correo electrónico de contacto y las susodichas fotos, la web no contiene información acerca de la autora. Desconocemos cuál ha sido su trayectoria, si se trata de una aficionada o una profesional, si ha obtenido algún premio o distinción por su trabajo, etc… Además, el site parece no contener sino una muestra y eso es a todas luces insuficiente para realizar una valoración profunda si es lo que se quiere. Insisto, precisamente ahora y si se me permite, en aquello de que no por hacer una foto en blanco y negro ya es artística, porque el objeto de esta entrada no es descubrir una artista. Digamos, pues, que os invito a dar un paseo por una exposición que me ha gustado y me apetecía compartirla, con la esperanza de que la disfrutéis.

viernes, 17 de abril de 2009

KEN GAMES #1: Pierre

     En los próximos días tendrá lugar el doble lanzamiento del KEN GAMES (robledo+mtv) de mano de la prestigiosa Editorial DARGAUD en Francia (también para Bélgica y Canadá) y DIÁBOLO en España. Una iniciativa comercial que –más allá de si ha tenido o no precedentes- es un recurso reservado a los grandes y, precisamente por esta razón, constituye el mejor de los augurios respectos a los triunfos que tanto la obra como sus autores pueden cosechar. De hecho, algunas revistas especializadas ya lo destacan como la mayor contribución de España al cómic europeo de los últimos años. Pero más allá de ese gesto y la fortuna que parece preconizar; por encima de la fabulosa cobertura publicitaria y periodística que se está haciendo en Francia (no así por aquí, siempre a cuarenta años de nuestros bienamados vecinos en tantas cosas), lo que en realidad subyace a cualquier posibilidad de éxito es la calidad indiscutible y fuera de serie de este trabajo. He aquí una pequeña muestra de ambas observaciones:

 

dailymotion

planetbd

bdfugue

 casemate

     Como ya quedó demostrado con la publicación del Monitocadáver, su primer álbum conjunto, José Manuel Robledo y Marcial Toledano componen un equipo extraordinario. Cualquiera de esos dos cráneos privilegiados por separado está repleto de talento y brillantes ideas. Juntos conforman un enorme monstruo bicéfalo de titánicas capacidad de trabajo como ya se ha dicho varias veces, y no en vano. Examinemos si no algunas de las características o atributos de esta criatura mítica y convénzanse ustedes mismos.

     Cada uno siempre le aporta al otro algo importante que, sin embargo, no necesita. Así por ejemplo, condonan elementos depurados de la «tradición» a la que cada uno de ellos pertenece (la norteamericana mtv y el manga en el caso de Robledo) y logran además un equilibrado mestizaje con las tendencias europeas. Marcial esculpe a golpe de contundentes y dinámicos trazos los argumentos cuidadosa y sólidamente construidos por José Manuel. Y el que Robledo sea, además de un estupendo narrador, un consumado dibujante, se traduce en minuciosos story boards para que las líneas y el color de Toledano desborden cada milímetro de las páginas. Cada uno visualiza como propio el imaginario del otro cuando trabajan juntos, ocasionando una simbiosis de materia y forma, de contenido y estilo que culmina en una explosión de elegante creatividad única, plasmada en este caso en el KEN GAMES.

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    Esta trilogía recibe su título del nombre que los japoneses le dan al juego de «piedra, papel o tijera» y de ahí los subtítulos que lo acompañan en la edición francesa: «pierre, feuille, ciseaux». Con esta sencilla evocación iremos viendo que el fantasma del azar sobrevuela la serie, a la par que se encarna en aspectos concretos: la incapacidad manifestada por Pierre de predecir y dominar un combate con cálculos matemáticos; el que TJ se gane la vida como jugador profesional de Póker pero a veces se le escape el factor humano aunque cuente con él; lo impredecible de la conducta humana incluso para una gran observadora de ella como una asesina a sueldo, Anne. Mientras nos damos cuenta de esas pequeñas cosas que redondean a los personajes, vemos cómo éstos han construido sus vidas con mentiras, han elaborado complicadas imágenes de sí mismos para sus amigos a un alto precio personal. Cuando uno de los demás ocupa el primer plano, los otros dos están presentes en él, ya sea por un elemento simbólico, ya porque hablen de o piensen en ellos. Se alternan el protagonismo haciendo así avanzar el relato in crescendo hasta el nudo de cada historia, de cada tomo y que coincidirá en cada caso con el núcleo íntimo de Pierre, TJ o Anne.

     Esta arquitectónica narrativa está habitada por personajes dibujados como modelos anatómicos perfectos y una expresividad tal en sus rostros que no sólo animan sino que dan vida a unas almas concebidas con palabras. La gran variedad de escenas y perspectivas en que Pierre, TJ y Anne se mueven con toda libertad, denotan claramente las largas horas de estudio y diseño que hay, en realidad, detrás de todos y cada uno de los personajes. La dinámica distribución de las viñetas a menudo funcionan tomada en conjunto como una secuencia cinematográfica. Colores y curvas que modulan la intensidad de las situaciones o destacan un elemento importante para el relato en su justo momento. Dibujos plagados de detalles que a menudo rayan en la más laboriosa filigrana y nunca pasan desapercibidos, pues redondean en el plano visual tanto personajes como escenas con un estilo impecable.

     Ahora, tras sobrevolar el contenido general de la obra y sus aspectos técnicos (tal como manda la prudencia a un crítico literario no versado, sino aficionado a la materia que comenta), quisiera hablar de ciertas cuestiones externas a la obra pero que, no obstante, creo que pueden arrojar luz sobre eOLYMPUS DIGITAL CAMERA         lla. Así pues, el lector percibirá cómo iré dejando de lado la objetividad que he intentado mantener y notará que me entrego por completo a mi muy mal disimulada admiración por estos dos buenos amigos.

     Les he visto colaborar los últimos nueve años, creciendo juntos, desarrollando así de forma exponencial sus capacidades individuales por influencia mutua a un ritmo que muy pocos podrían seguir. Han sabido explotar con brillantez sus espacios comunes de creatividad y conservar cada uno su identidad artística. Son constantes, tenaces y meticulosos: han trabajado codo con codo, día y noche, mes tras mes y año tras año. Todos sus merecidos triunfos, ya los hayan cosechado juntos o por separado, han sido conquistados a base de talento y voluntad. Y, si se me permite la excentricidad, les deseo larga y próspera vida a estos dos grandes autores tan sólo para que los demás podamos seguir disfrutando de su talento por mucho tiempo. Por último, sin ánimo de menospreciar a Marcial –nada más lejos de mi intención- quiero dedicarle a Robledo las palabras que clausuren esta reseña.

     Desde hace quince años veo a José Manuel luchar por sus sueños. En todo este tiempo le he visto disfrutar de sus éxitos, pero no regocijarse en ellos. También ha tropezado alguna vez y, además de no desfallecer jamás, siempre aprendió de sus errores porque para él el arte, su arte, es ante todo una cuestión de superación personal. Es un perfeccionista, un luchador que mide muy bien sus fuerzas, como Pierre; un jugador que sabe muy bien cómo, cuándo y cómo apostar en cada mano, como TJ; un superviviente a toda costa, sagaz y ágil con sus cualidades, como Anne. Éstas son las razones por las que le admiro tan profundamente. Las mismas por las cuales me consta que estos tres volúmenes apenas son el preludio de todo cuanto aún puede ofrecernos su genio, justo porque su carácter le impulsa siempre a ir más lejos. Pero además quiero agradecerle, desde lo más hondo de mi corazón, que me permita considerar este logro un poco mío sólo por el hecho de ser su amigo y de haber compartido con él el mismo sueño en nuestra adolescencia. Para el detalle de incluir a mi hija en la dedicatoria junto a sus sobrinas no tengo palabras aunque, como ya sabe él, sí mis más sinceras lágrimas de gratitud y afecto.

domingo, 12 de abril de 2009

“Cualquier lugar, cualquier día” 2ª Ed.

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Desde el 16 y sólo hasta el próximo día 25 de abril se estará representando  la obra de Ignacio Pajón Leyra Cualquier lugar, cualquier día en el Teatro Espada de Madera (c/Calvario nº21, Madrid) y que se está llevando a escena en dicho local desde el pasado 26 de marzo.cualquierlugar

     Esta  obra fue publicada originalmente por la Asociación de Autores de Teatro (2006), acompañada de un prólogo de Concha López Piña y un estudio introductorio mío. La obra ha sido traducida al francés y al inglés (Cambridge BrickHouse Ltd). Asímismo, ha sido reeditada en España por Ediciones Antígona  en marzo y presentada también en el Teatro Espada de Madera el pasado día 16 del mismo mes de mano del autor, Concha en representación de la editorial, Antonio López Piña como crítico literario y José Aurelio Martín en calidad de director escénico.

     Aunque no es una primicia el hecho de que se represente, pues se ha llevado a escena en varias ocasiones por compañías amateur, sí se trata del primer estreno realizado por una compañía profesional. Uno de esos pioneros fue precisamente José Aurelio Martín quien, con sus alumnos de Educación Secundaria, creó la Compañía de Teatro al Desnudo y ha representado Cualquier lugar, cualquier día desde Cádiz hasta Madrid durante los últimos seis meses (no es de extrañar que sea en centros educativos donde mayoritariamente se ha divulgado, pues se ha convertido en lectura obligatoria en casi un centenar de institutos y no sólo en las asignaturas de filosofía, sino también de lengua e historia). Por mi parte,  actualmente estoy a cargo del grupo de teatro de mi colegio, presentaremos la obra a concurso el próximo mes de Junio al Certamen de Teatro Escolar de Torrejón de Ardoz.

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      Sin embargo, la notable difusión de la obra no es la única clave de su éxito. Encuentro digna de ser subrayada en Cualquier lugar, cualquier día una característica que, para ser honesto, en el momento de escribir la introducción me pareció un inconveniente y al esforzarme por llevarla a escena ha cambiado por completo mi percepción de dicho rasgo. Cuando Ignacio me pasó el borrador definitivo de la obra para que lo leyera, creí que se trataba de una obra de muy difícil representación por tres razones:

          a) quince actos parecen demasiados, se extendería mucho y al espectador podría pesarle de ser muy larga;

          b) cada escena se produce en un lugar distinto, lo que dificulta el montaje y encarece el coste de producción;

          c) harían falta al menos veinte actores, elevándose el coste, luego habrá menos compañías capaces de asumirlo.

 

 

     No puedo decir que goce de una amplia experiencia montando obras de teatro, pues técnicamente es la primera, pero he aprendido lo suficiente como para comprobar que estaba completamente equivocado. Para empezar, la clave del éxito de Cualquier lugar, cualquier día está en su versatilidad y con esto quiero decir que la obra conserva su sentido intacto aunque se represente sólo de forma parcial, siempre que la selección de actos se realice cabalmente, claro. En otras palabras, sucede todo lo contrario de lo que digo en el segundo y tercer punto, porque una compañía puede elegir qué escenas representar precisamente en función de sus posibilidades sin merma del contenido de la pieza. Ni siquiera son necesarios tantos actores, ya que cada uno podría encarnar al menos a tres personajes distintos sin mayor dificultad, pues la extensión de los papeles no es tamaña que supere los cinco minutos por escena y personaje. Observación ésta última que nos permite rebatir el primer punto: habida cuenta de la citada temporización, una puesta en escena íntegra, llevaría una hora y veinte minutos (diez arriba, diez abajo); luego no sería extensa bajo ningún concepto. Por otra parte, la obra es una rápida secuencia de breves acontecimientos que se producen en lugares y épocas diferentes, dotándola de un gran dinamismo que “acelera” la percepción del tiempo por parte del público.

     Por último, aprovecho la ocasión para publicar aquí la grabación que hicimos en el colegio de la première de Cualquier lugar, cualquier día con motivo de la conferencia que Ignacio dio en el centro sobre la situación del teatro contemporáneo. Añado también un pequeño álbum con las fotografías que nos hicimos el mismo día y, en la entrada siguiente/anterior, el texto íntegro de mi introducción a la obra (de acuerdo con el propósito general del blog).

 

Cualquier lugar, cualquier día

“Cualquier lugar, cualquier día” o el ideal en escena

     Una de las primeras preguntas que se habrá planteado el lector en torno a este libro es, casi con toda probabilidad, la siguiente: Cualquier lugar, cualquier día ¿qué? Sin duda se trata de un título sugerente que le ha invitado a leer la obra, y es de suponer que tendrá su propia respuesta a dicha cuestión, como al resto que se le han de presentar a lo largo de esta pieza teatral. A continuación se le ofrece una respuesta que pretende dar cuenta de los aspectos más relevantes a la hora de interpretarla, no porque necesite de discursos adicionales, sino por el gusto de comentarla y pensar sobre ella sin desvelar nada sobre su contenido. En segundo lugar se considerarán la forma en que está construida y los problemas que plantea la estructura. Basten estas breves palabras como esbozo programático de la siguiente interpretación crítica.

     Después de leer el título, uno no puede evitar (h)ojear el libro en busca de una respuesta: ¿qué sucede o puede hacerlo donde sea y en cualquier momento? La finalidad es precisamente que nos hagamos esa pregunta, la primera de toda una serie de ellas a lo largo de la obra. El rótulo, nombre o frase que figure en la portada de un libro no sólo tiene la función de atraer hacia sí al lector, de seducirle, sino también de darle una idea general más o menos directa, sugerente o provocativa de su objeto. En cambio un título opaco también puede ser bueno al excitar la curiosidad de nuestro hipotético lector, invitándole o provocándole, si se me permite la hipérbole, a pasar de la cubierta a las páginas que inauguran el libro. Digamos que esa es su finalidad comercial, pero ni es la única posible ni debe importarle al crítico literario a menos que, para desgracia de su autor, sea lo más valioso de una obra, pues en tales coyunturas la decisión suele correr a cargo del editor.

     De ninguna manera es este el caso que nos ocupa: la elección del título pesa en exclusiva sobre el autor, Ignacio Pajón Leyra, y debemos preguntarnos no sólo si hay o no un vínculo con el texto, sino cuál. Dicho nexo de unión existe aunque un rápido vistazo a la obra no pueda aclarar estas dudas. Quien se conforme con él se sentirá más confuso al comprobar que no hay argumento, ni protagonistas, tan sólo episodios que se suceden en distintos lugares e instantes de la historia[1]. De inmediato se dirá que los actos no son más que una retahíla de sitios y momentos cualesquiera ordenados cronológicamente. Tal vez se sienta satisfecho, pero es muy probable que el peso de la cuestión sea mayor de lo previsto y se sienta tentado a sospechar si dichos acontecimientos no habrán sido más bien seleccionados, si no existirá una relación íntima entre todos ellos y, para terminar, si el lema que encabeza el libro no tendrá un sentido más profundo.

     Luego el título no tiene nada de inocente, porque encierra no sólo una pregunta sino toda una cadena de ellas y una vez que el mecanismo se pone en marcha ya no es posible pararlo. Sin duda esta era la intención de Ignacio con respecto al título teniendo en cuenta que, para él como para Bertolt Brecht, el teatro es un espacio de reflexión además de un espacio de representación[2] y, por tanto, mediante la fuerza catártica de la tragedia impele al espectador a meditar, reanuda la corriente del pensamiento y éste siempre inicia su curso con una pregunta. Podemos decir, pues, sin temor a errar que Cualquier lugar, cualquier día tiene una función propedéutica, mas no sólo el título sino la obra en su conjunto. Al igual que el célebre filósofo Karl R. Popper comenzara sus clases diciéndoles a sus alumnos “observen” con la finalidad didáctica de que le respondieran a continuación con la pregunta lógica “¿qué?” y demostrarles así la anterioridad filogenética de las teorías científicas, así también nuestro joven escritor abre su discurso con idéntico método y con cuestiones que nos preceden como individuos pertenecientes a la especie humana. Así pues, nos exhorta desde el comienzo a prestar atención a la obra y a cuestionarnos acerca de lo que veamos.

     Cualquier lugar, cualquier día es la única afirmación de una certeza que hallarán en toda su obra. Como reza el saber popular y por decirlo de una vez por todas: sólo una cosa tenemos segura, la muerte, aunque no sepamos dónde o cuándo va a encontrarnos o vamos a buscarla. He aquí la primera posible respuesta. Este es el suceso que está a punto de sobrevenirles, al que acaban de escapar, del que se han visto o se ven rodeados cada uno de los personajes, es un destino que no llega a escenificarse, mas no por dificultades técnicas o falta de imaginación, sino por el sencillo hecho de que nosotros ya no estamos presentes cuando lo está la muerte. Al erigir a la dialéctica entre presencia y ausencia en uno de los motores principales de la obra, se convierte en representativo, en actor, un elemento que de suyo no lo es: el telón. Cada vez que cae, la Parca hace acto de presencia de forma inconsciente en el espíritu de los espectadores, aunque en el teatro como en su doble, la vida, no podemos ir más allá de los límites de nuestra experiencia. Por este motivo, cabe llevar más lejos esta exégesis afirmando que el telón, en la medida en que se interpone en la identificación entre espectador y personajes, se transforma en algo acaso mucho más sutil y profundo: el sagrado velo de Saïs que oculta el rostro de la verdad, si bien no es de índole epistémica o metafísica, sino existencial. Gracias a esta idea el teatro vería restaurada en cierta medida su dimensión mistérica y sólo hasta cierto punto porque este género ni corta ni trasciende la vida cotidiana como sucedía en sus orígenes.

     Permítaseme hacer una breve digresión para fundamentar dicha tesis. El arte irrumpe en el curso de la vida cotidiana y genera un espacio de excepción dentro del cual el artista introduce una nueva forma, bien de reflejar, bien de interpretar la realidad. Dicho lugar, constituido y delimitado por la obra, se define por ser el vacío donde se encuentran el espectador y el autor. En él se acogen valores e ideas ya existentes o se fundan otras nuevas, todas ellas acordes o discordes con el contexto en el que nacen o perviven. Su aspecto fundacional es el más importante porque suele ser la fuente de las discordancias y éstas, a su vez, se deben a que de alguna manera cuestionan el estado de cosas establecido o propugnan sin más otro distinto. Estos cambios pueden ser una enmienda al conjunto, dirigirse a partes concretas de un todo, etc… Así, por ejemplo, cierta obra puede comprometer una determinada concepción de la pintura o la poesía, o suponer sólo una aportación novedosa a la corriente establecida. En definitiva, llamamos fuerza dialéctica o trascendente a estas dos tendencias hacia lo distinto. Sin olvidar que la alteridad hacia la cual pueden tender varía en función no sólo de la obra concreta y la tendencia, sino también en relación a la época que la recibe.

     En la actualidad esta aspiración ya ha sido extirpada del arte casi por completo. El poder absorbente de la sociedad ha ido despojando paulatinamente al arte de su capacidad para proyectar otros mundos posibles, de invocar una percepción distinta de la realidad mediante ideales, héroes o su mera capacidad para representar en un espacio de excepción algo que no está sucediendo. Bajo este punto de vista, las obras de arte jugaban un papel hasta cierto punto subversivo, pues tenían la posibilidad de representar un estado de cosas distinto de aquel en el cual habían nacido, desafiando de este modo los poderes establecidos. Esta característica ha ido mermando hasta dejar al arte tan sólo su capacidad de reflejar la realidad tal cual, es decir, nos ha dejado una concepción mutilada del arte y lo ha integrado dentro del conjunto de fuerzas centrífugas que permiten al sistema establecido perpetuarse en sí mismo, dando lugar a meras artesanías de consumo con una sola dimensión.

     Sería preciso analizar con detenimiento cómo ha tenido lugar esta pérdida, pero eso excedería con mucho los límites de este ensayo y nos llevaría demasiado lejos de su auténtico objeto: la presente obra de teatro. Baste hacer observar que ninguna obra concreta puede restaurar, en sentido estricto, dicha dimensión dialéctica. Sin embargo, algunos artistas aceptan el reto de desafiar el rumbo que han tomado las cosas y dotan a sus obras simbólica e ideológicamente, a pesar de tener asumida la derrota. Cualquier lugar, cualquier día no aspira a devolverle al teatro la gloria que antaño tuviera, ni las fuerzas que le han sido usurpadas, pero tampoco renuncia a luchar contra la indiferencia. Por eso tratamos de dilucidar aquí las posibles direcciones que dichas tendencias han podido tomar en la obra.

     Ya hemos dado una respuesta a la pregunta inaugural del libro. Seguirla nos ha llevado por las sendas de la interpretación simbólica y nos ha descubierto una importante dimensión de la obra. Pero cabe preguntarse si es la única posible o por el contrario hay otras respuestas. Y las hay, en efecto, por dos razones distintas. La primera razón se deduce de lo dicho acerca de los espacios excepcionales, pues éstos convierten virtualmente una obra en una multitud de versiones de sí misma en función de todos los factores que entran en contacto con ella: el autor tendrá su forma de ver el libro como tal autor, y ustedes están leyendo la de un crítico mientras tienen la suya propia. La segunda razón se debe al espíritu de quien ha escrito el libro con la intención y el deseo de no cerrar el discurso, sino de presentarlo como ocasión para reflexionar sobre la valentía, el rechazo a la barbarie, la serenidad de la sabiduría, la sensatez en el sentido aristotélico del término, la voluntad de vivir, la inocencia, la justicia, la veneración por la cultura, la infinita crueldad del ser humano, el absurdo de la vehemencia, el suicidio, la sinrazón y la impotencia de un solo hombre frente al tumulto de una masa cegada. Cada uno de dichos valores e ideas no son exclusivos de un acto concreto, sino que en muchos casos constituyen los leit motives de la obra y, por tanto, cualquiera de ellos podría considerarse una respuesta a la pregunta inaugural sin mayores objeciones.

     Todas esas posibilidades son válidas, pero aún hay otra que parece ser más apropiada por cuanto recorre la obra en su conjunto: la guerra. Todas y cada una de las situaciones que aparecen en la obra suceden inmediatamente antes, durante o después de un súbito estallido de violencia. Los actos son breves interludios de paz de la guerra, la calma que precede a la tempestad. Sin embargo, no por ello podemos asegurar que Ares sea el protagonista de la obra porque tampoco llega a escenificarse, como se ha dicho respecto de la muerte. Si lo hubiera hecho le estaría concediendo una importancia que no tiene o, al menos, que el autor no quiere darle. La guerra es un telón de fondo sobre el cual han de resaltarse ciertas ideas, valores y conductas a modo de formas gestálticas por ser ejemplares. Ella no es lo esencial, sino precisamente lo que sucede en el vestíbulo, antes de entrar o al salir, entre bambalinas o entreactos de la guerra. Lo más importante es inculcarle al espectador la idea de que en la guerra no hay patio de butacas porque todo es escenario y de que no hay protagonistas porque todos somos iguales ante ella y ante la muerte.

     Creo poder afirmar sin lugar a dudas que este es el objetivo principal de la obra: persuadir al lector de que no es posible la indiferencia ante la guerra, no permite a nadie mantenerse al margen una vez estalla en cualquier lugar, cualquier día y, entonces, sólo cabe ser víctima o verdugo. La guerra obliga a matar o ser muerto y la única manera de escapar a esa lógica es no estar dentro de ella, huir como el soldado de El Véneto. Nadie pasa desapercibido o puede continuar su vida porque interrumpe todos los asuntos humanos que permanecen dentro de su campo de acción, como es el caso de Arquímedes en la obra o, por el contrario, los deja estar siempre que sus agentes tomen el partido adecuado cuando se les exija, así por ejemplo, Werner Heisenberg con el nacionalsocialismo. El mejor modo de evitar esta mortal disyuntiva es, como se ha dicho ya, no entrar en la lógica que encierran las espirales de violencia y mantenerse al margen. No hay mejor solución que no conocer enemigo alguno[3]. De ahí que el objetivo de Ignacio Pajón sea sacar a la gente de la indiferencia, acicateando el pensamiento con importantes cuestiones y convertirles en militantes de la cultura.

     Sí, he dicho bien, cultura. ¿Por qué? Pues porque hay en la obra una dialéctica subyacente que puede expresarse de la siguiente y sencilla manera: con el retroceso de la cultura avanza la barbarie y viceversa, a saber, si la cultura no se rinde, entonces no avanzará la barbarie. El lógos se opone al kratos en una dialéctica entre contrarios que parece repetirse a lo largo de la historia de forma cíclica o cuando menos se revela como si el pensamiento perdiera fe en sí mismo, en su propia fuerza, y cediera ante la violencia. En Cualquier lugar, cualquier día la muerte de Arquímedes es un símbolo de esta idea, así como el incendio de la biblioteca de Alejandría a manos de Julio César y, en sentido contrario, los frágiles esfuerzos del bibliotecario de Constantinopla y del director del Museo de Bagdad por salvar la cultura que atesoran.

     Este contraste también aparece en El muérdago mediante la oposición entre Baldr y Odín, el pensamiento, la reflexión, la duda, y la fuerza, la violencia, la guerra, respectivamente. Podría decirse que se respira cierto pesimismo en las situaciones aquí representadas, así como en el epílogo, respecto de los eventuales resultados de dicha dialéctica y que también es un denominador común con su primera pieza teatral, tal como lo demostrarían las palabras del gigante Mymir: “Demasiadas batallas. La destrucción es siempre un lastre, pero cuando se vuelve continuada e intensa puede ser algo más. Y aquí crece cada día”[4]. Este paralelismo constituye un poderoso argumento a favor de la idea de que este libro es un diagnóstico de la situación actual, como también lo era el de Mymir sobre el Walhala, y ofrece una perspectiva no muy alentadora al respecto. Sin embargo, hay razones que en ambas obras avalan la esperanza. Como ya he dicho en otro lugar[5], la muerte de Baldr inaugura una nueva época, señala un camino que no se abre por la fuerza sino mediante la razón y no se representaba en escena porque recorrerlo no le corresponde a los personajes sino a los espectadores a quienes ha tratado de alentar con su obra. Considero análoga la función del epílogo de Cualquier lugar, cualquier día: después de mostrar al público que le incumbe por identificación con dichos personajes, trata de provocarle para que reaccione y tome partido por la cultura, es decir, la fomente y luche por ella manteniéndose al margen de la lógica de la violencia como Baldr hiciera: no reconociendo en nadie un enemigo.

     Después de todas estas consideraciones temáticas podemos abordar ya el problema de la estructura de la obra. Como se ha dicho al comienzo del texto, el lector quedará un tanto extrañado ante la ausencia aparente de narración, ante la ilusoria desconexión entre unos actos y otros. Observará que cada acto constituye una unidad en sí mismo, con un núcleo narrativo independiente de los otros, con su principio, desarrollo y fin ajeno al resto. Ello no implica, desde luego, que pueda alterarse el orden de representación sin más, para empezar porque dicha ordenación presupone una secuencia temporal y, como es sabido, no puede alterarse el rumbo de la flecha del tiempo. Por otra parte todos tienen en común los aspectos anteriormente señalados, a modo de eje que une las distintas épocas a pesar de su disparidad, concepto denominado “tiempo axial” por Karl Jaspers. Ahora bien, no creo que Ignacio sostenga dicha tesis y menos aún en el sentido fuerte en que lo hiciera el filósofo alemán, máxime cuando hay una explicación más simple hacia la cual hemos de sentirnos inclinados si tenemos por certera la navaja de Ockham: cualquier cosa puede ser un eje temporal con tal de que sea una constante a lo largo de muchos años, pues lo importante es la unidad narrativa del relato, ya sea el de un individuo o la historia en su conjunto. Sin dicha unidad no habría entre las situaciones recogidas en el libro más nexo que entre una colección de objetos elegidos al azar. Pero en razón de los argumentos aducidos anteriormente sobre los dos grandes temas que recorren la obra, podemos afirmar con rotundidad que la falta de unidad narrativa es sólo aparente porque, en realidad, sucede con el hilo conductor de la misma como con los collares o los rosarios, a saber, lo que vemos son los collares y los rosarios pero no las cuentas o las perlas por separado. Dicho de otro modo, que el hilo no sea visible no significa que esté ausente pues, sin él, no serían posibles ni unos ni otros. Así también sucede con la unidad narrativa que se presenta, por tanto, como condición de posibilidad del sentido y esa categoría la convierte en un existencial.

    Queda justificado con suficiente amplitud que Cualquier lugar, cualquier día no puede ser una rapsodia de acontecimientos, sino una muy meditada selección de acontecimientos históricos. De hecho no le costará nada al lector percibir ciertos paralelismos entre ellos o sus personajes, por ejemplo, entre las actitudes de Alejandro Magno y Julio César, la del griego en el segundo acto y el soldado desertor de El Véneto, la del bibliotecario de Constantinopla y el director del Museo de Bagdad, la honestidad brutal de Gilles de Reis y el médico de Verdún, etc… Todas ellas sugieren más bien una concepción cíclica del tiempo, no lineal como la que hemos rechazado en el párrafo anterior o, cuando menos, subrayan la idea de que hay paradigmas que se repiten en distintas épocas. En definitiva esta es la filosofía de la historia subyacente a la obra, la cual no deja lugar a cualesquiera interpretaciones que pongan en tela de juicio el cuidadoso entrelazado de su estructura.

    Para terminar y en resumen, no hay lugar para el pesimismo si tenemos en cuenta que ha dotado a la obra de fuerza dialéctica con intenciones propedéuticas, en contra de la tendencia actual del arte anteriormente señalada. Sí hay lugar para él, en cambio, a tenor de que la susodicha concepción de la historia carece de una filosofía del progreso. También lo hay si consideramos que, consciente de cuán limitado es su alcance, no ha perdido toda esperanza de ejercer algún influjo sobre la gente y no por carencia suya de ningún tipo, sino por lo costoso y difícil que es remover las aguas del pensamiento de cuantas personas viven en la creencia, como refleja y demuestra en su Fenomenología de la incertidumbre[6]. Pero también es verdad que si nosotros, la nueva generación, perdemos la esperanza en la razón y en nuestras propias capacidades, habremos dejado morir los más hermosos ideales del hombre. Y porque comparto con Ignacio la ilusión y el deseo de luchar por/con dichos ideales, les invito a disfrutar de la obra y cerrar este discurso que le precede con un himno de Nietzsche:

¡Toda felicidad

Solo en la lucha se halla!

¡Nace la amistad

en el campo de batalla!

Hermanos son los amigos

ante la mala suerte,

iguales ante los enemigos,

libres ante la muerte.[7]


[1] Más adelante matizaré estas afirmaciones.

[2] Este aspecto también está presente en la primera obra de teatro de Ignacio El muérdago publicada en la Colección Espiral de la Editorial Fundamentos (Madrid) 2002, tal como ya lo señalé en mi artículo El crepúsculo de una época, recogido en “Cuadernos del Lazarillo”, revista auspiciada por la Asociación Internacional de Traductores, Intérpretes y Profesores de Español (AITIPE) y por el colegio de España nº 24 Enero 2003, p. 22

[3] Esta idea también está presente en El muérdago, encarnada en la figura de Baldr, como señalé en mi artículo, Ibid. p. 20.

[4] Ignacio Pajón Leyra Op. Cit. p. 31.

[5] Antonio Albiol Martín Op. Cit. p. 20.

[6] La primera obra de Ignacio pero su segunda publicación, también en la Editorial Fundamentos (Madrid) 2002

[7] Poema llamado “Heraclitismo” tomado del “Prólogo en versos alemanes” de la primera edición de La gaya ciencia de Friedich Nietzsche, citados de la edición castellana de AKAL (Madrid) 1988, p. 49.

viernes, 10 de abril de 2009

Realidades y promesas

     Este blog fue creado originalmente para almacenar juntas en la red todas mis publicaciones. De ese modo, en el supuesto caso de que alguien interesado en mi currículo quisiera echarles un vistazo, el hipotético contratante tendría a su disposición un índice de vínculos que le conducirían a las entradas originales. Por otra parte, colgaría en este alojamiento web versiones escaneadas de mis artículos publicados en prensa, pues son revistas de difícil acceso (sólo se consiguen por suscripción) y de esta forma podrían leerlos sin mayor problema. Un propósito loable, sin duda, que se fue perdiendo por el camino con el paso del tiempo. El blog se fue convirtiendo en una especie de gimnasio estilístico y, al igual que sucede con su primo el deportista, uno acaba dejando de ir. 

    Pero aquí estamos de nuevo, cuidando de la salud física y espiritual no menos que del estilo.  Así pues, para no perder comba, he decidido anunciar -aunque no sé muy bien a quién, pero bueno- que devolveré a este blog su función original: proximamente colgaré las únicas publicaciones pendientes, a saber, las de prensa. La reciente inauguración del nuevo blog de mi buen amigo José Manuel Robledo, así como su afan de recuperar en él aquellos trabajos que no merecen ser periclitados en el olvido, han inspirado mi decisión. Aunque el monitocadaver sigue siendo el común cuadrilátero desde el que estos dos titanes del cómic español luchan por abrirse un camino en Europa, no renuncian a su individualidad creativa. En el robledoblog encontrareis viejas y nuevas ilustraciones repletas del talento al que siempre nos ha tenido acostumbrados. No menos interesantes son los bocetos y dibujos que podemos ver en el toledanoblog pero, por desgracia, no está tan nutrido de entradas como apetece a quienes disfrutamos de su trabajo. A pesar de que me lo pide el cuerpo, no prolongaré más la laudatio a estos monitos porque dentro de muy poco tendremos la fortuna de disfrutar de su Ken Games y espero dedicarle una entrada exclusivamente.

     En fin, a pesar de que siento unas poderosísimas ganas de seguir escribiendo, lo dejaré aquí. Dejo pendientes de comentar para la próxima ocasión dos hallazgos que he hecho en la red: la página de una fotógrafa y otra llena recursos muy interesantes para descargar gratuitamente. Valgan los apuntes como recordatorio. 
Vale.

viernes, 27 de marzo de 2009

Gran Torino


    Si en algo se acerca el blog al género periodístico es en el hecho de que la actualidad constituye el criterio de prioridad a la hora de publicar las entradas. Así pues, quisiera reseñar la última película de Clint Eastwood hasta el momento: Gran Torino.

   Antes de empezar, debo decir que acudí al cine sin ninguna clase de expectativa previa con respecto a la película. No había visto ni el trailer ni el cartel. Eso no implica que no fuese con algún tipo de prejuicio al respecto: iba convencido de asistía con la garantía de ver una buena película, puesto que era de Mr. Eastwood. Hasta ahora solo me ha decepcionado Un mundo perfecto, pero también es verdad que tengo aún por explorar gran parte de su filmografía. Así pues, digamos que me presenté allí llevado por el entusiasmo que es su día me produjeron Mistic River, Million Dollar Baby, Deuda de sangre, Sin perdón, etc... Incluso esta observación merece ser matizada. Cuando pienso en su cine considero que la historia no me va a defraudar y además va a estar bien narrada. Creía, en definitiva, que por lo menos no me iba a aburrir.

     A pesar del rumbo que parece estar tomando la reflexión, lo cierto es que no me aburrí. Para empezar diré que el protagonista (encarnado por Clint; se rumorea que será el último papel que hará) es un ex-combatiente de vietnam que ha conseguido llegar a ser un anciano cascarrabias, conservador y racista que acaba de enviudar. ¿No resulta sorprendente que llegue a resultar interesante un personaje como éste? La industria ha mostrado reticencias a la hora de darle una oportunidad al perfil de hombre en edad provecta y el largo etcétera que le acompaña. Al parecer el guionista, Dave Johannson, fue rechazado en numerosas ocasiones y tuvo que esperar hasta el final del rodaje de El intercambio para poder hacerle llegar el guión a Eastwood quien, en contra de la opinión predominante, juzgó interesante el proyecto. Sin embargo, por otra parte, en los últimos años se han estrenado varias películas cuyos personajes principales son hombres que afrontan importantes retos al final de su madurez o comienzo de su senectud (si es que podemos trazar una frontera entre ambas), como por ejemplo Rocky Balboa o la última en-
trega de la saga Indiana Jones: héroes que tratan de serlo hasta el último resuello. Luego está claro con toda probabilidad no fue la edad del protagonista lo que echaba atrás a los productores, sino los numerosos prejuicios raciales de los que hace gala el personaje. Todo lo cual nos conduce a responder la pregunta que nos planteábamos unas líneas arriba: al público le resulta seductor, interesante y hasta simpático o gracioso porque su 'heroismo', su desafío, es el de vencer sus propios prejuicios en aras de un ideal mayor.

     La siguiente pregunta pertinente pertenece, pues, al terreno discursivo: ¿cuál es ese ideal que le impele? No es otro que el manido american way of  life. En este sentido la narración evoluciona desde lo crítico a lo subversivo. El protagonista comienza la película censurando profundamente la hipocresía y el cinismo que rodea a su familia, así como el que no parecen saber qué son los valores familiares tal como intuimos que Walt Kowalski los concibe. También estima reprobables a sus vecinos asiáticos, pues considera responsables de la decadencia (moral) que le rodea al conjunto de los extranjeros. En cambio, a medida que avanza el relato, va asumiendo que incluso él tiene origenes inmigrantes y va descubriendo en los Hmong aspectos que, al final de la película, les convertirá en los nuevos depositarios de aquellos valores que él trata de defender con tanto ahínco. Obsérvense los prototípicos
símbolos de esa 'ideología': la bandera americana debe ondear en la casa de todo buen patriota; el rifle que enarbola el señor Kowalski en el mismo fotograma; por último, el coche que da nombre a la película: un ford Gran Torino, así como la clásica obsesión por la idea de que sólo son buenos los coches de fabricación nacional (acentuada en la película por el hecho de que Walt trabajó toda su vida para la susodicha marca, la cual es también a su vez un icono para los estadounidenses). Los mismos elementos reaparecen al final, excepto la bandera, con un valor opuesto: la libertad para tener armas es, en cierto sentido, lo que desencadena el final de la historia; y nótese quién hereda el coche después de todo.

     Por otra parte, el personaje redondo de Walt sería impensable sin los planos que le rodean y contribuyen a su construcción como -y a pesar de que destacar esa clase de cosas empieza a parecer un vicio- el del párroco católico. Sin él no podría tener lugar la doble contraposición entre experiencia/renuncia de Kowalski frente a la inexperiencia/tenacidad del pater. Al mismo tiempo, de no haber planteado esa dialéctica de contrarios tampoco entre la madurez/sabiduría sobre la vida y la muerte de uno frente a la juventud/culto desconocimiento sobre lo mismo del otro, que representa la materia intelectual o acaso la moraleja del la película.

     La réplica a todas estas observaciones es evidente, claro. Si el giro que experimenta el personaje, pivotado sobre el eje de las contraposiciones y con el susodicho telón ideológico de fondo, en definitiva, si el asunto es tan evidente ¿dónde está la gracia de la película? Pues en que Clint Eastwood nos lo ofrece sin pretesiones de hacer cine intelectual o reivindicativo. Dudo mucho que la haya hecho creyendo ser original pues, a fin de cuentas y como decía Kurt Vonnegut, las historias son cuatro. Fotografía sencilla y elegante. Un ritmo narrativo que, lejos de lo vertiginoso y de la soporífera lentitud, desliza suavemente al espectador hasta el final completamente ajeno al reloj. El mordaz sentido del humor que le arranca vergonzosas carcajadas a uno porque de repente uno se sorprende a sí mismo riéndose de cosas de las que jamás creyó que se reiría. Todo ello conjugado con por la hábil mano de Mr. Eastwood. Quizá el único aspecto sobrante para mi gusto, por ser evidente hasta lo insultante, es el plano aéreo de Walt tendido en el suelo: es innecesario para comprender su sacrificio.

     No hay que olvidar algo fundamental e inherente a cualquier reseña crítica: cuanto la reflexión destripa o desmenuza, se disfruta como lector o espectador sin más pretensión que la de saborear lo que se ve o se lee. Así pues, olvide estas palabras tan pronto como las haya leído y échele al menos un vistazo al tráiler. Con un poco de suerte no le habré quitado las ganas de ver la película. 
Vale.

lunes, 23 de marzo de 2009

El Blog ha muerto, ¡viva el Blog!

     Después de participar en el auge tanto del facebook como del tuenti, he decidido resucitar mi pobre y desahuciado blog. El formato de ambos medios era atractivo por cuanto te proporciona la posibilidad de mantener el contacto con amigos a quienes uno no puede ver con la frecuencia que desea. Pero he observado un fenómeno muy curioso: en último término terminas estando al corriente de la tediosa vida cotidiana de personas que, tal vez sin otra cosa mejor que hacer, "actualiza" constantemente sus perfiles con multitud de cosas triviales o juegos que realmente no lo son. Dicho de otro modo, al final uno termina siendo testigo del aburrimiento ajeno. 

     Las consecuencias de dicho testimonio son desalentadoras sea cual sea el punto de vista del que se miren. 
     
     Si uno ha entrado en ese círculo por aburrimiento, con razón terminará pensando que, por si no tuviera bastante con el propio tedio, se traga también con el del prójimo. Si, además, los hastiados son los queridos amigos con quienes uno deseaba mantener el contacto... en fin, imagínese la decepción: uno les tiene en alta estima y descubres que desperdician su vida miserablemente en vanidades virtuales; si el desengaño fuera muy grande tal vez incluso llegue a pensar que tal vez nunca debió haberles dedicado su precioso tiempo. Por otra parte, como se trata de medios destinados a crear "redes sociales", los desganados podrían ser amigos de sus amigos en el mejor de los casos pero, de todos modos, llegará a la misma conclusión tras pasar por la reflexión intermedia que podríamos resumir así: ¿qué demonios hace Fulano con esa gente?

     Ahora bien, si una persona satisfecha o incluso una persona ocupada se adentran en este mundo, la decepción será mayor, porque o bien no se imaginaba a sus amigos tan hastiados o bien considera simplemente superfluo dedicar tanto tiempo a este burdo doble de la vida. 

    En definitiva, salvo que las distancias u otras condiciones similares impongan límites insalvables de otro modo, lo único sensato es llamar o escribir a los amigos; quedar con ellos para tomar algo, ir juntos a algún sitio, etc; participar con ellos en cosas que de verdad suceden y no con esos mal llamados eventos que se olvidan tan pronto como el sonido que produce el ratón al pulsarlo se pierde en el aire.

         Alguien podría argüir en mi contra que nuestro frenético ritmo de vida nos dificulta en grado sumo mantener el contacto y, en gran medida, no le faltará razón. Sin embargo hay una verdad mucho más interesante detrás de esa observación: ¿puedes llamar amigo a alguien a quien no dedicas tiempo y con el que no compartes casi nada?. O más importante aún si cabe, ¿puedes decir que estás "empleando" bien tu vida si dices no tener tiempo para las personas que te importan?. 

          Después de todo lo cual, llegamos al auténtico quid de la cuestión y es, ¿por qué escribir en un lugar que no lee nadie? La ventaja de soportes tipo facebook o tuenti viene dada por las notificaciones, es decir, los avisos que uno recibe sobre las actualizaciones de los perfiles en los que uno está interesado. El blog tiene el inconveniente de que uno ha de pasar forzosamente por él para saber si hay o no novedades y, excepto unos pocos que revisamos con devoción religiosa los de los amigos todos los días, los demás no pasan por aquí (por poner un caso) o no dejan huella si es que lo hacen. 

          Y, si no tengo lectores, ¿para qué escribir? Para nada, gracias a Dios, sino sólo porque me apetece hacerlo.