lunes, 17 de marzo de 2008

"La carretera" de Cormac McCarthy

Compré la semana pasada La carretera de Cormac McCarthy, en respuesta a tu demanda de lectura inmediata. Eso fue el... miércoles. Hice exactamente lo que me dijiste, aparqué lo que estaba leyendo (aún Kafka en la orilla de Murakami) y me puse con él. Terminé de leerlo anoche. La verdad es que no he tenido mucho tiempo para leer y, fundamentalmente, he tenido que aprovechar mis -casi inexistentes- ratos de asueto.

Acabo de visitar ECQ con objeto de informarme sobre tu opinión acerca del libro y ver si así, bien por simpatía, bien por oposición, era capaz de formarme una opinión al respecto. Como te puedes imaginar, sólo he constatado que allí aún no había nada escrito sobre el asunto. Esto hace el ejercicio un poco más difícil, pero c'est la vie. Aún a riesgo de comentar cosas que de sobra sabes, esto es cuanto tengo que decir sobre el asunto.

La carretera es un libro raro. El calificativo puede tener varias acepciones, desde luego, pero eso no debe preocuparnos porque abarca al menos dos de ellas. En primer lugar es sinónimo de extraño: el texto se presenta en forma fragmentaria y aparentemente deslabazada. Durante las páginas iniciales no resulta fácil saber de qué trata y a dónde quiere conducirnos. De hecho se tarda bastante (casi medio libro) en verle algún tipo de salida. Sin embargo estas mismas observaciones que parecen ser objecciones son más bien algunos de los puntales que sostienen el buen hacer de Cormac McCarthy. La principal virtud del libro es su adecuación entre fondo y forma, narración y estilo. Uno está perdido al comienzo del libro como lo están sus protagonistas y sólo comienza a verle cierta salida cuando ellos se proponen una, también para ellos un tanto vaga: llegar al océano. La presentación de la obra ha de ser necesariamente fragmentaria y deslabazada porque estas dos son quizá las principales características del nuevo mundo en el que viven los protagonistas de la novela. Por último, en aras de reforzar este argumento, cabe señalar que el ritmo es más bien moroso pero bien contrapuntado gracias a que distribuye la tensión dramática del relato (los distintos ataques de caníbales que sufren los protagonistas) con muy buen ojo.

La novela tiene además un doble fondo gracias al cual McCarthy nos pasa, como de contrabando, reflexiones de índole filosófica. Dichas meditaciones transcurren a lo largo de dos carreteras comarcales con respecto a la estatal de la historia: por una los pensamientos en relación a Dios y, por otro, las reflexiones en torno al lenguaje. Estas dos lecturas de profundidad y el relato se hallan armónicamente entrelazadas con el relato, de suerte que no resulta estridente encontrarlas dispersas a lo largo de la historia. Por otro lado, McCarthy las ha introducido o bien al hilo de los pensamientos y recuerdos del hombre, o bien en consonancia con las circunstancias del relato. Es decir, se hallan doblemente bien incorporadas al cuerpo de la novela. Como muy bien sabes, esta me parece una gran virtud que por tanto McCarthy compartiría con Auster (junto a la presentación de las relaciones paterno-filiales como tema o pretexto para la historia). Sin embargo, si comparamos cómo ha conducido ambos temas subterráneos, diría que la cuestión del lenguaje en su relación con el mundo está expuesta de forma brillante y, sobre todo, de forma perfectamente consecuente respecto del fondo de la novela. En cambio el tema de Dios y el fuego aparece de una forma demasiado ambigua una vez que tenemos todo el libro delante: coherente al principio, demasiado ambiguo al final. No obstante, es justo señalar que la coherencia es una exigencia filosófica en sentido estricto y por tanto no exigible en el mismo sentido a la literatura.

En cuanto a lo que he venido llamando fondo, me refiero al telón apocalíptico que constituye la columna vertebral de la obra. Yo no llamaría raro a un libro por ser de ficción apocalíptica, entre otras cosas porque no es por ello menos verosímil. Pero no sólo por cómo se presentan la situación y los personajes, sino en cuanto al hecho de que el mundo descrito por McCarthy, sea ficticio o no, es un mundo posible. La vida de los supervivientes a un holocausto nuclear no creo que sea muy distinta de lo descrito por McCarthy en su novela: la absoluta falta de recursos que conduce a buena parte de la “humanidad” al canibalismo, el hambre, la muerte, etc... Por supuesto, el fondo de la novela implica también una lectura de compromiso, en la medida que nos conduce a adscribir la obra al dominio de otras similares: Hijo de los hombres, El club de la lucha, etc... (lo siento, pero sólo se me ocurren ejemplos cinematográficos. No creo que eso sea un defecto del argumento porque es preciso entender la ficción en sentido amplio). Así mismo, esto nos llevaría a suponerle a McCarthy ciertas tendencias políticas acordes al tema y a inferir de la novela una denuncia clara, una advertencia sobre el rumbo que están tomando las cosas.

En definitiva, se trata de un libro que no tiene demasiadas aristas que pulir, bien acabado. Una obrita redonda, de las que le hacen sentir satisfecho a uno cuando termina de escribirlas: da la impresión de que McCarthy ha dicho con ella justo lo que quería decir y no debe estar muy insatisfecho con la forma en que lo ha hecho. Un buen libro.
Todo esto es lo que diría como crítico. Mi valoración personal es un tanto peor, quizá porque tus palabras alentaron mucho mis expectativas y también las del tipo del Fnac (“¡es una obra maestra!”). Es un buen libro, pero no creo que se trate de una obra maestra. Tal vez sea su obra maestra, pero no una entre las de autores consagrados. Un relato de estas características depende en gran medida del final y para mi gusto es ahí exactamente donde falla. Lo suyo es que fuesen caníbales quienes acogen al chico, de tal manera que el esfuerzo del padre no ha servido para nada y el relato es redondo por completo, sin aristas. Pero los dos últimos fragmentos dan a entender que son de los buenos y el fuego se perpetúa, lo que resulta clave para la ambigua lectura sobre el tema de Dios en el libro. Ese es el gran fallo, porque le deja una puerta o ventana abierta a Dios (aunque sea como rito perpetuado mediante la oración), cuando su perfecta ausencia a lo largo del relato terminaría por unir esta cuestión con la del lenguaje (ya sabes, la muerte de Dios en Nietzsche según Heidegger, etc...). De haberle dado ese final al libro, sería una esfera aristotélica perfecta, no así la obra que tenemos delante. En realidad tampoco me habría gustado, porque un padre necesita creer que cuanto hace por sus hijos tiene sentido. Necesitamos creer que nuestros hijos nos van a sobrevivir y cualquier sombra de duda sobre esta creencia nos provoca una gran desazón. Por eso estas apreciaciones van al final, porque son extraliterarias todas ellas y ninguna toca a la obra en sí misma (suponiendo que algo así como la obra en sí pueda tocarse de alguna manera).