viernes, 27 de marzo de 2009

Gran Torino


    Si en algo se acerca el blog al género periodístico es en el hecho de que la actualidad constituye el criterio de prioridad a la hora de publicar las entradas. Así pues, quisiera reseñar la última película de Clint Eastwood hasta el momento: Gran Torino.

   Antes de empezar, debo decir que acudí al cine sin ninguna clase de expectativa previa con respecto a la película. No había visto ni el trailer ni el cartel. Eso no implica que no fuese con algún tipo de prejuicio al respecto: iba convencido de asistía con la garantía de ver una buena película, puesto que era de Mr. Eastwood. Hasta ahora solo me ha decepcionado Un mundo perfecto, pero también es verdad que tengo aún por explorar gran parte de su filmografía. Así pues, digamos que me presenté allí llevado por el entusiasmo que es su día me produjeron Mistic River, Million Dollar Baby, Deuda de sangre, Sin perdón, etc... Incluso esta observación merece ser matizada. Cuando pienso en su cine considero que la historia no me va a defraudar y además va a estar bien narrada. Creía, en definitiva, que por lo menos no me iba a aburrir.

     A pesar del rumbo que parece estar tomando la reflexión, lo cierto es que no me aburrí. Para empezar diré que el protagonista (encarnado por Clint; se rumorea que será el último papel que hará) es un ex-combatiente de vietnam que ha conseguido llegar a ser un anciano cascarrabias, conservador y racista que acaba de enviudar. ¿No resulta sorprendente que llegue a resultar interesante un personaje como éste? La industria ha mostrado reticencias a la hora de darle una oportunidad al perfil de hombre en edad provecta y el largo etcétera que le acompaña. Al parecer el guionista, Dave Johannson, fue rechazado en numerosas ocasiones y tuvo que esperar hasta el final del rodaje de El intercambio para poder hacerle llegar el guión a Eastwood quien, en contra de la opinión predominante, juzgó interesante el proyecto. Sin embargo, por otra parte, en los últimos años se han estrenado varias películas cuyos personajes principales son hombres que afrontan importantes retos al final de su madurez o comienzo de su senectud (si es que podemos trazar una frontera entre ambas), como por ejemplo Rocky Balboa o la última en-
trega de la saga Indiana Jones: héroes que tratan de serlo hasta el último resuello. Luego está claro con toda probabilidad no fue la edad del protagonista lo que echaba atrás a los productores, sino los numerosos prejuicios raciales de los que hace gala el personaje. Todo lo cual nos conduce a responder la pregunta que nos planteábamos unas líneas arriba: al público le resulta seductor, interesante y hasta simpático o gracioso porque su 'heroismo', su desafío, es el de vencer sus propios prejuicios en aras de un ideal mayor.

     La siguiente pregunta pertinente pertenece, pues, al terreno discursivo: ¿cuál es ese ideal que le impele? No es otro que el manido american way of  life. En este sentido la narración evoluciona desde lo crítico a lo subversivo. El protagonista comienza la película censurando profundamente la hipocresía y el cinismo que rodea a su familia, así como el que no parecen saber qué son los valores familiares tal como intuimos que Walt Kowalski los concibe. También estima reprobables a sus vecinos asiáticos, pues considera responsables de la decadencia (moral) que le rodea al conjunto de los extranjeros. En cambio, a medida que avanza el relato, va asumiendo que incluso él tiene origenes inmigrantes y va descubriendo en los Hmong aspectos que, al final de la película, les convertirá en los nuevos depositarios de aquellos valores que él trata de defender con tanto ahínco. Obsérvense los prototípicos
símbolos de esa 'ideología': la bandera americana debe ondear en la casa de todo buen patriota; el rifle que enarbola el señor Kowalski en el mismo fotograma; por último, el coche que da nombre a la película: un ford Gran Torino, así como la clásica obsesión por la idea de que sólo son buenos los coches de fabricación nacional (acentuada en la película por el hecho de que Walt trabajó toda su vida para la susodicha marca, la cual es también a su vez un icono para los estadounidenses). Los mismos elementos reaparecen al final, excepto la bandera, con un valor opuesto: la libertad para tener armas es, en cierto sentido, lo que desencadena el final de la historia; y nótese quién hereda el coche después de todo.

     Por otra parte, el personaje redondo de Walt sería impensable sin los planos que le rodean y contribuyen a su construcción como -y a pesar de que destacar esa clase de cosas empieza a parecer un vicio- el del párroco católico. Sin él no podría tener lugar la doble contraposición entre experiencia/renuncia de Kowalski frente a la inexperiencia/tenacidad del pater. Al mismo tiempo, de no haber planteado esa dialéctica de contrarios tampoco entre la madurez/sabiduría sobre la vida y la muerte de uno frente a la juventud/culto desconocimiento sobre lo mismo del otro, que representa la materia intelectual o acaso la moraleja del la película.

     La réplica a todas estas observaciones es evidente, claro. Si el giro que experimenta el personaje, pivotado sobre el eje de las contraposiciones y con el susodicho telón ideológico de fondo, en definitiva, si el asunto es tan evidente ¿dónde está la gracia de la película? Pues en que Clint Eastwood nos lo ofrece sin pretesiones de hacer cine intelectual o reivindicativo. Dudo mucho que la haya hecho creyendo ser original pues, a fin de cuentas y como decía Kurt Vonnegut, las historias son cuatro. Fotografía sencilla y elegante. Un ritmo narrativo que, lejos de lo vertiginoso y de la soporífera lentitud, desliza suavemente al espectador hasta el final completamente ajeno al reloj. El mordaz sentido del humor que le arranca vergonzosas carcajadas a uno porque de repente uno se sorprende a sí mismo riéndose de cosas de las que jamás creyó que se reiría. Todo ello conjugado con por la hábil mano de Mr. Eastwood. Quizá el único aspecto sobrante para mi gusto, por ser evidente hasta lo insultante, es el plano aéreo de Walt tendido en el suelo: es innecesario para comprender su sacrificio.

     No hay que olvidar algo fundamental e inherente a cualquier reseña crítica: cuanto la reflexión destripa o desmenuza, se disfruta como lector o espectador sin más pretensión que la de saborear lo que se ve o se lee. Así pues, olvide estas palabras tan pronto como las haya leído y échele al menos un vistazo al tráiler. Con un poco de suerte no le habré quitado las ganas de ver la película. 
Vale.